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Barranquitas es cuna de hombres célebres y trabajadores dedicados, muchos de ellos agricultores que tienen dos y tres empleos adicionales para sostener a su familia.
David Rivera Castellano, con varios empleos, tenía 48 años cuando murió, dejando huérfanos a seis hijos y viuda a una esposa. “Era el mejor”, dicen sus hijos, “siempre estaba ahí cuando lo necesitábamos”. La pobreza de la familia no impedía que David apareciese los viernes con una pizza para todos y que los llevara los domingos a pasear por la Isla. Se entretenían como podían y nadie se quejaba porque estaban todos juntos. Pero no fue el trabajo, ni la pobreza, sino la impericia médica lo que mató a David.
El 1ro. de abril la jueza Katherine Silvestry emitió su sentencia por impericia médica contra el doctor Iván González Cancel, con una responsabilidad de 70%, y contra el doctor Robert González Fernández, con un 30%, por la muerte de Rivera Castellano, ocurrida el 24 de junio de 2007.
Seis años después, la familia de Rivera Castellano aún no se recupera de la muerte. Y los procesos judiciales mantienen abiertas las heridas. Seis años de demanda es una revictimización sin lugar a dudas. Es el disuasivo perfecto para no resarcir los derechos de quien reclama, sobre todo de los que nada tienen, ni para pagar al abogado. Si ganan, el dinero no es una compensación, es solo justicia, hacer pagar al que cometió el fatal error. Lo que la familia quería era al hombre devuelta. Al padre, al esposo. A veces lo esperan –dijo una de las hijas en el Tribunal– entrar a la casa en la tarde. Pero ya no va a llegar. Reina Cintrón, su esposa, enamorados desde la adolescencia, y sus seis hijos apenas se van resignando.
Rivera Castellano entró al Centro Cardiovascular el 19 de junio al cuidado de González Cancel, para ser operado por un reemplazo en la válvula mitral el día 20. El 21 de junio fue trasladado de la Unidad de Cuidado Intensivo a una habitación y ahí comenzó su agonía hasta el desenlace fatal. A las 12:30 pm comenzó a presentar un cuadro clínico de hipotensión –una presión sanguínea inusualmente baja– certificó la enfermera, que llamó al médico devenido en político. Este no ordenó laboratorios, ni placas de pecho, ni ecocardiograma, ni siquiera transferirlo a la Unidad de Cuidado Intensivo. Cada hora las enfermeras insistían en el cuadro desolador, hasta las 9:30 de la noche. La hipotensión debe tratarse de inmediato porque es potencialmente fatal. Pero nadie lo atendió, concluyó la jueza.
Ya a las 4:00 de la tarde el paciente estaba pálido, con un cuadro de ‘shock’. Pero tampoco se ordenaron pruebas ni traslado. Los resultados de laboratorio fueron enviados a González Cancel a las 5:24 p.m., pero este no ordenó su traslado como debió ser. Ni a las 6:00 p.m. y tampoco a las 7:00 p.m. La familia con él, desesperada, en la habitación, esperó, hasta las 9:40 p.m., cuando apareció el famoso médico y ordenó su traslado a la Unidad de Cuidado Intensivo. Allí le hicieron la placa y descubrió lo que se le venían diciendo desde el mediodía. Ya a las 10:30 p.m. se fue en arresto cardiaco con fallo de múltiples órganos y el 24 de junio murió.
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