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"Thomas Rivera Schatz ha decidido atacar al más débil, la obra más importante de don Luis Ferré, como represalia para poner presión para que este medio, del cual soy editora y mi familia es dueña, no continúe investigando a sus amigos corruptos"
Por María Luisa Ferré Rangel
Presidenta de la Junta de Directores y Editora de El Nuevo Día
Unas semanas antes de morir, ya en el hospital, mi abuelo me tomó de la mano y me pidió que le prometiera dos cosas. Me sorprendió la fuerza que tenía todavía, a pesar de que su vida se iba apagando poco a poco. Mirándome a los ojos me dijo: “No me dejes morir, que tengo mucho por hacer todavía. Mi cuerpo me traiciona, sé que no puede más, pero mi espíritu, mi mente y mi alma están tan jóvenes”. ¿Qué le contesto?, pensé.
¿Le miento y le digo que no lo voy a dejar morir? ¿Le digo que va a estar bien y que en unos días va a salir del hospital?
Lo único que se me ocurrió fue decirle que él no estaba solo, que si su cuerpo lo traicionaba, como un día nos pasará a todos, dejando de funcionar, su espíritu iba a vivir eternamente. Que no sintiera miedo. Que su hermana lo iba a estar esperando.
Entonces me dijo: “Pues tú tienes que continuar mi obra más importante. No abandones el Museo. Mi mejor legado. Lo más importante que yo he hecho en mi vida. Prométeme que lo vas a cuidar y te vas a asegurar de que va a seguir sin mí”. Y fue entonces que le hice esa promesa.
Llevo siete años como presidenta de la Junta de Síndicos de la Fundación que lleva el nombre de mi abuelo. Han sido siete años de mucho trabajo para garantizarle un futuro a este Museo que trascienda la figura de mi abuelo, mi persona o mi familia. Mi misión ha sido prepararla para que pueda durar muchos años más, luego de que yo no esté aquí. El Museo de Arte de Ponce es hoy no solo un patrimonio de Puerto Rico, sino que trasciende las 100 x 35 millas de esta isla y se ha convertido en un patrimonio del mundo. Es reconocido, no por nosotros sino por sus pares, como uno de los mejores museos existentes.
Mi abuelo nunca compró pensando en él. Es decir, en enriquecerse él, pero sí compró con pasión lo que le gustaba, lo que encontraba bello. Lo compró con su dinero, producto de su trabajo y esfuerzo personal, pero todos los cuadros que compró los puso a nombre de la Fundación Luis A. Ferré, para garantizar que esos cuadros no se usaran por nadie para enriquecerse personalmente, ni para alimentar egos privados. Siguió la trayectoria de su amigo Nelson Rockefeller y decidió abrir un museo para que fuera el pueblo de Puerto Rico el beneficiario de su legado, no su familia.
Los cuadros del Museo solo se pueden vender para comprar otras obras de arte. La operación del Museo, de su planta física, sus programas de arte, los salarios de los empleados, los programas educativos, tienen que ser financiados mediante donativos, galas, venta de boletos, entrada, etc. Ese es el gran reto para mantenerlo abierto.
La realidad es que yo dirijo la Junta de Síndicos, que la componen otros 11 miembros de la sociedad civil.
Pero yo no soy la que verdaderamente trabaja día a día en este Museo. Hay un grupo de profesionales de todas partes del mundo, algunos que conocieron a don Luis y otros que no lo conocieron, pero que se enamoraron de su obra, que son los que día a día cumplen con la promesa que yo le hice a él. Ellos son los que siete días a la semana abren las puertas del Museo y honran la memoria y el legado de su fundador. Son también custodios de su legado los cientos de voluntarios, artistas y donantes que desinteresadamente nos donan su tiempo, su talento, su dinero y sus obras para mantener viva esta institución, y son los visitantes los que hacen que este Museo cumpla con su misión de expandir nuestros horizontes y tocar nuestras almas, para demostrar que en el lenguaje universal del arte todos somos iguales y podemos superar nuestras diferencias para poder admirar lo que es capaz de hacer o producir un ser humano. Que el amor al arte trasciende barreras ideológicas, culturales, sociales, económicas y nos permite vernos de una forma distinta.
A ellos, mis compañeros de viaje, les pido disculpas. Pues es por culpa mía que hoy atacan al Museo. Que hoy lo amenazan con desestabilizarlo económicamente en represalia por yo hacer mi otro trabajo. Es por culpa mía que hoy mancillan el nombre y el prestigio de mi abuelo y de la institución que él fundó.
El presidente del Senado ha decidido nuevamente mentir, al aseverar que el Museo pertenece a la familia Ferré. Él sabe, porque es abogado, que las fundaciones sin fines de lucro no pertenecen a nadie. Él sabe que lo que está diciendo no es verdad. Que los cuadros no nos pertenecen y que nunca hemos recibido personalmente un centavo del dinero que el gobierno, y otras instituciones como el National Endowment for the Arts y el Mellon Foundation, nos dan. Si estas instituciones de prestigio internacional creyeran que el Museo es privado, para el beneficio personal de una familia, no nos apoyarían con sus fondos y, mucho menos, la American Association of Museums nos diera su acreditación. Somos la única institución acreditada por esta asociación en Puerto Rico.
Thomas Rivera Schatz ha decidido atacar al más débil, la obra más importante de don Luis Ferré, como represalia para poner presión para que este medio, del cual soy editora y mi familia es dueña, no continúe investigando a sus amigos corruptos. No continúe preguntando qué se hace con el dinero del pueblo de Puerto Rico.
Creo que mi abuelo, si estuviera vivo, sentiría tanto dolor como siento yo hoy, al ver su legado amenazado por una vendetta personal de este señor contra su familia.
No le basta a Thomas Rivera Schatz llevar tres años insultándonos, denigrándonos, acusándonos de corruptos y de pillos sin enseñarle a nadie una sola prueba de lo que dice. No le basta con intentar amedrentarnos con amenazas como ‘Que nos va a llevar presos, que nos tiene velados, que nos preparemos para lo que nos viene encima’. Son fuertes amenazas.
No le basta con ataques personales para tratar de intimidar a los periodistas que solo hacen su trabajo. O no le basta con negarles acceso a información pública para que así no puedan hacer lo que tienen que hacer.
No le basta a Thomas Rivera Schatz usar su violencia verbal y hostigarnos a diario en los distintos programas de radio para insultarnos en nuestro carácter privado. No es solo al medio, ya son insultos personales, difamaciones y amenazas a los derechos que nosotros tenemos como individuos y ciudadanos.
Será que piensa que porque soy mujer puede maltratarme verbalmente y manchar mi nombre y hostigarme hasta decirme tecata, pilla, maldita, filibustera y corrupta. Es tan violento su discurso que no sé si es un intento de exhortar a la violencia física. Creo que, si pudiera, como buen macho inseguro de su hombría me pegaba para probar que él es más fuerte que yo. Quizás sus puños pegan más fuerte y yo no pueda defenderme. Pero yo tengo la palabra como arma. La palabra libre, la palabra clara, la palabra que no tiene miedo, pues tiene la conciencia tranquila.
Como no puede taparme la boca ni encerrarme en mi casa, se esconde detrás de su inmunidad parlamentaria para atacar, pensando que bajo esta protección puede desenfundar toda su rabia contra nosotros sin miedo a ser acusado de violar lo que a mí, a mis hermanos y a mis periodistas sí nos cobija: la Constitución de Puerto Rico y la de los Estados Unidos, que garantizan nuestros derechos. Ya su descontrol es tal que ha declarado públicamente que utilizará el poder del gobierno en contra nuestra.
Rivera Schatz no sabe que al hacer eso viola la ley. No hay inmunidad que lo cobije. Hay dos casos legales que claramente sientan jurisprudencia al prohibir que funcionarios públicos exploten la autoridad que les confieren sus cargos para hostigar, amenazar o presionar a ciudadanos o negocios por lo que puedan decir o publicar.
El presidente del Senado reclama que ejerce su derecho a la libertad de expresión cuando nos ataca. Sin embargo, los tribunales han sido claros en señalar que cuando funcionarios públicos “insinúan castigos, sanciones o acciones reglamentarias punitivas, destinadas sobre aquellos que publican información que no es de su agrado (como él ha hecho por los últimos tres años), violan la ley”.
Quizás Rivera Schatz piensa que está por encima de la ley. Quizás piensa que, como soy mujer, me van a temblar las piernas o quizás piensa que al quitarle el dinero al Museo de Ponce conseguirá que El Nuevo Día deje de hacer su trabajo.
Si él quiere castigar al Museo quitándole el apoyo económico que el gobierno le da, que recaigan sobre su conciencia las consecuencias. Si él quiere justificar darles el dinero que siempre se le ha dado al Museo de Ponce, como dijo el senador Larry Seilhamer en su comunicado, a los Centros Sor Isolina Ferré que tanto ayudan a Puerto Rico y que tanto necesitan también, es mejor que dárselos a Roger Iglesias en contratos. Si se trata de prioridades, y no castigo, creo que los $5 millones que se le dan al Sistema Universitario Ana G. Méndez, una institución sin fines de lucro, para destinarlos a la Biblioteca Pedro Rosselló, se los deben dar también a los Centros Sor Isolina Ferré o a la Casa Protegida Julia de Burgos.
Thomas Rivera Schatz ha decidido crear ante el pueblo una imagen de mí y de mi familia basada en especulaciones, en odios y en resentimientos. Si Thomas Rivera Schatz tiene evidencia de todo lo que dice, yo lo insto a que la haga pública, a que se la envíe al secretario de Justicia y que nos refiera a las autoridades federales; que pruebe con la verdad todo lo que dice.
Que deje de insultar y amenazar y actúe contra nosotros, pero que deje tranquilo al Museo de Arte de Ponce, que nada tiene que ver en este asunto.
Que use todo su poder contra el más fuerte y no contra el más débil que no se puede defender.
Thomas Rivera Schatz no me conoce. Pero yo soy nieta de mi abuelo. No heredé su pasión por la política, tampoco sus habilidades musicales, pero sí heredé su determinación de no claudicar ante lo que creo que es injusto e inmoral. Tengo su tesón y su perseverancia. Y los gritos y los ataques y los insultos y las amenazas no me asustan.
Si Thomas Rivera Schatz y todos los senadores del Partido Nuevo Progresista quieren quitarle los fondos al Museo de Ponce, serán cómplices silentes de una injusticia, pero no sin antes escuchar las indagatorias y las expresiones de indignación de muchos.
El Museo de Ponce no está solo. El espíritu de mi abuelo habita en él. Esa fue su promesa también.
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