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Marcos Billy Guzmán / Especial El Nuevo Día
Convencer a la gente de que Pedro Capó no es travieso parece una aventura inverosímil, imposible de alcanzar. Quizás tiene que ver con la in
fidelidad que confesó en aquella canción que sonó durante meses en la radio. Quizás responde a que protagoniza una especie de engatusamiento inconsciente que seduce a las chicas que le pasan por el lado
mientras conversamos.
Es coqueto y lo admite, pero asegura que hoy día reserva toda esa picardía para su esposa Jessica Rodríguez, con quien experimentó recientemente su vivencia más íntima y afectiva: el cantautor boricua asistió el parto de su tercer hijo. Salvador Paz -como decidió nombrarlo- nació tras apenas 32 semanas de gestación. “Pesó tres libras”, confiesa el músico. “Sus pulmones están desarrollados, pero todavía se encuentra en la incubadora”.
No es la primera vez que el artista explora el alumbramiento prematuro, pues sus vástagos Jahvi Coamex (8 años) y Bobby Sol (2 años) también vieron el mundo antes de lo esperado. Esta vez siente mayor tranquilidad. “Ya conocemos el proceso”, insiste. Pero la llegada de Salvador Paz, durante el pasado 23 de julio, selló un lazo emotivo que nunca imaginó posible.
“Dio a luz en mi casa. (Mi esposa) me dijo que no llegaba al carro, que ya estaba coronando. Nos volvimos locos porque la ambulancia no llegó a tiempo y tuve que recibir al bebé en mi cama. ¡Fue maravilloso! Sentí mil emociones: miedo, shock, magia, amor, una cosa increíble”, sostiene.
Rememora que su hermana Venus Paloma, quien es partera y vive en Nueva York, lo dirigió telefónicamente ese día durante el nacimiento. Luego, cuando apareció el paramédico, pudo cortar el cordón umbilical.
“Algo pasó que sentía que todo iba en cámara lenta y rápida a la misma vez. Como que algo se apodera de uno. No sé si es instinto, algo divino o la necesidad de que pase y punto, porque es un momento tan importante. Lo que queda es un recuerdo de un sueño surreal”, recuerda.
¿Esperas que el bebé se convierta en un salvador de paz?, le preguntamos.
“A todos nos toca servir -aunque sea de la manera más mínima- porque sirviendo se salva”, destaca orgulloso.
Tiene fiebre
En medio de ese torbellino de emociones nuevas para él, Pedro Capó siente una gran Fiebre de amor. Así tituló la canción que ya se convirtió en un éxito radial en Puerto Rico y que ha aumentado las expectativas de lo que será su próxima producción discográfica.
Adelanta que su tercer álbum saldrá al mercado en octubre y que reflejará cómo ha ido “aprendiendo y construyendo cosas nuevas como parte de la madurez”. Anhelaba un cambio.
“El disco anterior se hizo en el 2009 y he estado en otros sitios emocional y físicamente. Quería darme un respiro de la balada y regresar al rock de mis raíces con pop”, sostiene, aunque deja claro que no por eso abandonará el estilo que lo lanzó a la fama.
Comparte que en su tema promocional “está la historia de mi relación personal con mi esposa”. Habla de la mujer que conoció cuando tenía 17 años. Tras constantes altos y bajos, una década y media después, el vínculo que mantiene con ella todavía se transforma.
Pero de ese proceso, el vocalista subraya el período inicial con su media naranja. “Tiene que ver con todos los colores del amor, especialmente desde esa etapa del enchule y de ese principio que tiene cosas bonitas y también negativas”, explica. “Es sobre cuánto entregamos a ese momento y el poder que tiene esa etapa del amor”.
Gemela en escena
Por Jessica profesa amor intenso, algo que quiso proyectar en el vídeo musical de Fiebre de amor, que estrena el jueves en Puerto Rico a través de elnuevodia.com.
Junto al músico, ella grabó escenas de la apuesta audiovisual durante su sexto mes de embarazo. Sin embargo, como el fin de la producción era plasmar la trayectoria de la relación, la etapa inicial de aquel amor tuvo que ser interpretada por Sara, la hermana gemela de Jessica.
¿Hubo besos y caricias?
“Hubo cercanía y sensualidad… Tenía completa libertad”, expone. “Pero me besuquié a mi esposa lo suficiente en el vídeo. Era un poco awkward (incómodo y raro) trabajar con mi cuñada y también era muy chistoso”.
No más incómodo que la época en que confundía a Jessica con Sara.
“Tuvo su gracia. Vivimos con ella (Sara) en Minnesota y hubo momentos, como levantarme por la mañana, verla recostada y abrazarle la espalda… Ese momento superincómodo, pero gracioso porque es como mi hermana”.
Ahora las identifica con facilidad. “Mi esposa es más pausada y Sara es más vivaracha. La hermana de Jessi tiene un lunarcito en la nariz y la barbilla diferente”.
Círculo de vida
Piensa en experiencias como esas y no olvida lo mucho que ha crecido sentimentalmente al lado de su esposa.
“Son 15 años pa’ tras y pa’ lante. Hemos vivido en cuatro estados, nos hemos dejado en los cuatro estados y hemos vuelto en otros estados. Es parte de la fiebre de amor. Ahora tenemos fortaleza. Seguimos siendo guerreros enfrentándonos a la vida y al final llega la carcajada de la ironía. Seguimos una relación real con veinte fallas, pero madurando, conociéndonos, aprendiendo. Eso es parte del amor: uno cae, pero se levanta, se sanan las heridas mutuamente y nos ayudamos a crecer”, reflexiona el nieto del cantante Bobby Capó.
El más reciente tropiezo se le asomó a Pedro Capó a horas del reciente nacimiento de su hijo Salvador Paz. Su abuela Irma Narcisa Candelaria falleció ese mismo día tras una batalla de tres años contra el Alzheimer.
“Ya me venía preparando porque ya estaba en el difícil proceso de no reconocernos. Le pesaba vivir. Fue un cantazo dulce amargo, pero más dulce. Dio el brinco de una manera muy mágica porque mi hijo acababa de nacer. Mi madre me llamó para decirme que mi abuela deliraba en la cama y entendí que fue una elección bonita de ella. Está esa mística de que se va uno y llega el otro”, indica.
Lo cierto es que pronto también nace un álbum para Pedro Capó. “Siempre sale el disco cuando sale el niño”, reconoce. “¡Y este es el último!”, añade riendo. Aclara entonces que no abandona la música y bromea- como si hiciera falta- que controlará desde ahora su fertilidad. Quizás porque ya no le queda mucho espacio en el brazo izquierdo, donde se tatuará el nombre de su más reciente varón (como lo ha hecho con el resto de sus hijos).
Sin embargo, Pedro Capó todavía no piensa componer una canción de todas las vivencias de esta etapa de su existencia, aunque se lo recomendaron hasta en el funeral de su abuela. “Quizás salga en diez años, quizás para este disco. Pero no lo fuerzo”, concluye. “Es un proceso. A veces escribo de manera subconsciente. Veo algo de mi vida, lo desangró y lo voy entendiendo”.
Lo que entiende ahora es que está profundamente feliz en un torbellino afectivo.
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